Era uno de los primeros días de otoño y las hojas comenzaban a caer, cubriendo así el suelo con un tono marrón que dejaba un paisaje melancólico y precioso. Decidí sentarme en uno de los pequeños huecos que las hojas no habían cubierto, me deje caer hacia atrás y me quede mirando el cielo. Las nubes cubrían totalmente el cielo y empezó a correr esa brisa que precede a una tormenta. Pero me daba igual, desde pequeña me gustaba la sensación que había en ese momento en el aire, me inavadía de una paz inmensa y me hacia olvidar el mundo. Sin darme cuenta me había quedado dormida, me despertó una diminuta gotita que se cayó sobre mi cara.
Comenzaba a llover.
Veía como la gente corría a su casa, eso es algo que nunca entendí, yo prefería caminar despacio dejando que las gotas dejaran parte de su vida en mi, me encantaba llegar a casa empapada en lluvia y sentarme delante de la chimenea con un chocolate caliente y oyendo el sonido de las gotas en mi tejado.